¿Por qué no?
¿Por qué no puedo…? ¿Quién no ha tenido la experiencia de estar con un infante que constantemente pregunta la razón por la cual le está prohibido hacer algo? En su ignorancia los infantes quieren entender por qué les prohibimos hacer cosas interesantes para ellos como tocar la estufa, o insertar un objeto por el ‘toma corriente’. Ellos no tienen el conocimiento necesario para entender que hacer tales cosas es peligroso.
Al igual que los infantes nosotros también le preguntamos a Dios ‘¿Por qué no puedo hacer…?’ En cierta forma, cuando hacemos esto estamos dudando las intenciones de Dios y repetimos así la tentación del Edén al querer comer de la fruta prohibida. Para cada persona la fruta prohibida puede tener un nombre diferente (ambición, sexo fuera del matrimonio, rencor, etc…). No importa cuál sea el nombre de esa fruta, si ha sido prohibida por Dios las consecuencias siempre serán tan graves como las que sufrieron Adam y Eva:
- Expulsión del paraíso – el lugar de perfección preparado por Dios para el disfrute de sus hijos
- Condenación – la perdida al acceso al árbol de la vida (la vida eterna)
Está claro que comer la fruta prohibida (desobedecer a Dios) tiene consecuencias catastróficas para nosotros.
Puede ser que no entendamos por qué algunos comportamientos son prohibidos, pero podemos confiar que Dios tiene una buena razón para ello. Si obedecemos a Dios nos evitaremos problemas y recibiremos bendición.
Quitemos nuestra vista del árbol del fruto prohibido y comencemos a disfrutar del árbol de la vida disponible para nosotros a través de Jesús.
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. – Juan 10:27-28
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