Lecciones sencillas de la carta a los Romanos – parte 7
Libres para decidir
Cuando un esclavo es liberado, significa que desde ese momento en adelante este puede decidir qué hacer con su vida. Los que han sido liberados por Jesús deben decidir si quieren dedicar sus vidas a servir a Cristo, o si quieren volver a la esclavitud. No hay término medio: o somos esclavos del pecado o siervos de Dios.
Deberíamos utilizar nuestro cuerpo de acuerdo a nuestra decisión: como instrumentos de iniquidad o como instrumentos o la justicia.
ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. – Romanos 6:13-14
Un nuevo Señor
Como seguidores de Cristo tenemos un nuevo Señor: Dios.
¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. – Romanos 6:16-18
Los comentarios de Pablo pueden parecer un poco duros, pero van directo al grano. A nadie le gusta ser llamado «esclavo». En la historia antigua las personas podían venderse a sí mismos como esclavos. En este caso, la esclavitud era un intercambio (por deudas, comida y vivienda, etc.) Usando este caso como ejemplo, podemos comparar el empleo como una forma de esclavitud. Así que nos esclavizamos a nosotros mismos a cambio de dinero. Mientras somos empleados, nos tenemos que someter a un señor (el jefe, supervisor, etc.) Sin embargo, si las condiciones del empleo no son satisfactorias y no nos gusta hacia donde estamos siendo dirigidos, podemos decidir a someternos a otro señor (encontrar otro trabajo) que ofrezca mejores condiciones y beneficios. Así que Dios es nuestro nuevo señor, a quien nos hemos sometidos de todo corazón a cambio de su amor eterno. Esto es un nuevo significado a la palabra esclavo. No nos avergonzamos de ser llamados esclavos de Dios.
Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. – Romanos 6:19-23
Cuando éramos esclavos del pecado, las cosas que estaban acostumbrados a hacer nos conducían a la muerte. Pablo nos anima a usar esa misma energía, pero como siervos de la justicia, y con un resultado totalmente diferente: la vida eterna.
En guerra
Fuimos liberados del pecado, pero mientras estemos en esta tierra seguiremos luchando contra nuestra naturaleza pecaminosa. Con nuestros corazones y nuestras mentes queremos agradar a Dios, pero hemos encontrado que estamos en guerra contra nosotros mismos.
Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago … De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. – Romanos 7:15-20
Esto no constituye una licencia para pecar, sino una advertencia contra nuestra naturaleza.
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. – Romanos 7:21-23
Esto no parece muy prometedor. Incluso Pablo dijo: «¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? «(Romanos 7:24). Pero, como reza el viejo dicho: «En guerra avisada no muere soldado». Sabemos que vamos a estar en guerra, por lo que tenemos que prepararnos para enfrentar al enemigo. Tenemos que saber su debilidad y utilizar las armas adecuadas.
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. – Hebreos 4:15
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. – 1 Corintios 15:55-57
Si tuviéramos que hacer frente a esta guerra solos, no tendríamos ninguna posibilidad. Pero con Jesús en nuestro lado, se asegura la victoria.
Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. – Romanos 7:25
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