Fruta amarga
Cuando de frutas se trata mi preferencia es consumir solo aquellas que son dulce, o quizás las que tengan sabor neutral. Aquellas que son amargas quedan básicamente excluidas de mi mundo de las frutas. No que no pueda disfrutar del jugo de alguna fruta amarga, pero no sin antes añadirle un endulzante que la haga aceptable a mis requerimientos.
Hay frutas que aunque son acidas pueden tener sabor dulce, como es el caso de las naranjas o las uvas. Estas son difícil de identificar a la vista. ¡Qué decepción cuando pruebo una de estas frutas y el sabor es amargo! Es por eso que la mayoría de las ocasiones me limito a escoger frutas que claramente puedo identificar como dulce.
Los creyentes estamos diseñados para dar fruto. Pero no es cualquier fruto, sino uno que es producido por el Espíritu Santo.
…y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca… – Juan 15:16
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza – Gálatas 5:22-23
Se espera que los creyentes llevemos fruto que glorifique a Dios y sirva para atraer a aquellos que aún no le han conocido (Mateo 5: 16). Los que se relacionan con nosotros esperan que nuestro comportamiento demuestre frutos como los mencionados en Gálatas 5:22-23, pero a veces quedan decepcionados al recibir un fruto amargo de nuestra parte.
Se supone que el creyente se identifique fácilmente por el fruto del Espíritu (Mateo 7:20), pero no siempre es así. La razón principal es la falta de una relación permanente con Jesús. No hay forma de dar fruto sin permanecer en Jesús.
Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí – Juan 15:4
No hay fruto más agradable que aquel que produce una relación con Jesús. El resultado de este fruto es la vida eterna para ti y para aquellos que por ti se acerquen a Dios. ¡Que tu dulce fruto se demuestre para la gloria de Dios!
Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. – Romanos 6:22
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